Acerca de los niños y su crianzaLos siguientes párrafos representan recortes que aluden a la presencia de ciertas prácticas en un momento en que el cristianismo había comenzado a alcanzar cierto grado de vida pública.
Hermas había sido liberto antes de convertirse en profeta cristiano. Él y su esposa trataron de vivir en castidad como consecuencia de la renovada vocación visionaria que lo había conducido a componer el Pastor. Su impulso moral buscaba alcanzar y exhortar a otros a que lo hicieran, un estado de sencillez infantil. El término que usa Brown es nepiotés y lo define como piedra angular del conjunto de ideas morales que tenían gran importancia dentro del conjunto de familias cristianas. La idea de Hermas apuntaba al niño que aún no había alcanzado la pubertad, que era “inocente” de “corazón sencillo”, “carente de malicia”, niño que se convertiría en “hombre luminoso y la Iglesia cristiana estaría compuesta de hombres así como el mismo Hermas deseaba ser.
Pablo de Tarso, quien se consideraba apóstol revelado por el mismo Jesucristo, afirmaba que el reino era accesible a la totalidad de los paganos, a los “gentiles”, a las personas que no habían sido circuncidadas. Pablo alegaba “que ni la circuncisión es nada ni el prepucio (de los gentiles), sino la nueva criatura.
Se consideraba que los niños eran insensibles a la vergüenza sexual de los adultos, y del mismo modo, a la necesidad de vestimenta de los adultos, todavía no estaban totalmente incorporados a la estructura de la soci
edad adulta.
El bautismo de los niños se presentaba como un rito de eficaz desexualización, los iniciados jóvenes y adultos entraban desnudos a la pila bautismal, la ropa “sexualizaba” el antiguo cuerpo, junto a la pila bautismal eran como niños pequeños. El agua fría anulaba el fuego caliente que se había recibido en el nacimiento.
En el capítulo “De Pablo a Antonio” se especifica que los profetas iniciaban su vocación siendo personas entradas en años, conocidos por la comunidad cristiana, tenían hijos engendrados por ellos que habían criado como cristianos, cuidaban de su familia y de su fortuna personal, no eran peregrinos ni ermitaños.
La religión influyó en los modos de crianza porque se convirtió en una religión de jóvenes, de manera que para las familias cristianas ya no era el padre el encargado de “guardar” a sus hijas en estado virginal para el futuro matrimonio. El niño prepúber llegó a ser presentado como el guardián de su propio cuerpo. Vemos entonces, una autorregulación con respecto a las prácticas sexuales ya que era el propio niño quien elegía guardar su propia carne como virgen a través de votos de continencia perpetua.
El capítulo 11 “Ascetismo y Sociedad” expone la idea del desierto como mito liberador, delimitaba la presencia imponente del “mundo” del que el que el cristiano debía librarse subrayando una frontera ecológica. A modo de “contramundo” representaba un lugar donde podía desarrollarse una ciudad alternativa. Los grandes monasterios surgieron como aldeas alternativas, surcadas de murallas protectoras. Dado que los monjes estuvieron cada vez más implicados en el mundo habitado, como árbitros privilegiados de los grandes, como consejeros espirituales, la desconfianza sexual se concentró en los bordes del desierto.
La sensación de peligro sexual que acechaba los cuerpos de los monjes, era mucho más pesada en los novicios. Estos provenían, bien empujados hasta allí por sus padres por el hambre o habiendo sido donados a los ancianos como ex votos humanos. Los ricos tendían a negar al desierto su prole sana y talentosa, mientras que reservaban a los mejores para el matrimonio.
Muchos dirigentes de la vida en el desierto habían llegado allí en estado de madurez por lo que la sexualidad no desempeñaba un papel demasiado importante en la visión de sí mismos; dado que eran personas con firmes papeles sociales, sus pecados provenían de la voluntad (cólera, orgullo, sensibilidad a la posición social). En cambio, los monjes jóvenes, sin perfil social claro, no eran más que sus propios cuerpos vigorosos, por lo que su asimilación a la vida del desierto tenía que adoptar la forma de una disciplina de marcado carácter sexual.
El código de conducta para los novicios era meticuloso. La vida en la celda implicaba un conjunto de prácticas como, por ejemplo, cargar la bolsa de los visitantes, ceder el paso, sentarse con los visitantes, en constante vigilancia en razón de la sexualidad que se ocultaba en su interior:
“La trampa que el demonio tiende a la humanidad, especialmente a los jóvenes, es el cuerpo. Acostumbra tus ojos a no
mirar nunca el cuerpo de ninguna persona, ni siquiera, si es posible, el tuyo propio.
Nunca digas a nadie: Coge la sabandija que tengo en la barba.”
Prácticas fuertemente prescriptivas acerca de la “entrada al mundo” de estos jóvenes se detallan en este capítulo:
“ Con las rodillas juntas, las túnicas cubriendo los pies, los cin
turones bien apretados para impedir que las manos se extravíen durante la noche, los jóvenes monjes entraban al mundo con los ojos bajos, teniendo cuidado en no comer nunca en compañía de ninguna mujer.”
En el mismo capítulo, Brown describe a las vírgenes de la Iglesia como muchachas jóvenes casaderas, con amor hacia la idea de la virginidad que permanecía latente en el fondo del corazón de todos los niños cristianos que actuaban sin libertad. La familia decidía la suerte de las jóvenes, ser “esposa de Cristo” era ser ex voto humano, ya no seguía siendo una mujer. Los parientes tomaban la decisión en función de conseguir alguna ventaja material. La madre podía también cambiar el voto, decidía casar a la hija y ofrecer a Dios el voto formal de mantenerse viuda. El autor cita a John Boswell y Cynthia Patterson señalando que los niños varones considerados útiles, se entregaban a amigos para que los criaran. Existía un paso muy pequeño entre dar los hijos a un amigo y consagrarlos al monasterio local.
En el capítulo “De Ambrosio a Agustín” el nacimiento virginal de Cristo aparece acompañado de la noción de inmaculado, sin cicatrices de la relación sexual. Contrapuesto con el nacimiento humano y la concepción que estaban asociados a una serie de manchas, de contagio: estas manchas indicaban la índole antiespiritual del coito. También el bautismo infantil en las iglesias se consideraba parte del contagio.
En relación al cuerpo, Brown advierte la consternación que su indeterminación producía. El cuerpo de los hombres jóvenes ya no podía disfrutar del ludus, período bisexual que se permitía antes de que la sociedad pusiera al joven en el lugar de estadista casado. El cuerpo se consideraba un templo, las relaciones sexuales se limitaban a la función de engendrar hijos con personas del sexo contrario.
Los hijos, ya no se hallaban en zona neutral aguardando que la familia decidiera si eran relevantes o no para la sociedad. Temas como la anticoncepción, el aborto y la exposición de los hijos quedaban condenados.
En el siglo VI, el antiguo derecho del padre romano a decidir si deseaba aceptar o no el hijo recién nacido se mencionaba como una costumbre pagana. La vida conyugal se vio influenciada por la importancia dada al papel de Dios en la formación del hijo en la matriz. Se consideraba que el acto sexual escapa al control racional y quizá esto lleva a rechazar la fantasía de una sexualidad eugenésica. Se creía que aquellos que copulaban los días de abstinencia, engendrarían leprosos y epilépticos.
En tiempos de Agustín, las costumbres contra las que tenían que luchar los hombres y las mujeres jóvenes, en Roma y en el sur de Italia, eran las creadas por la posesión de una enorme riqueza, por el peso aplastante de las expectativas sociales, y por la avaricia y la crueldad ligadas al ejercicio del poder. Este era un ambiente muy distinto del mundo en que se había educado Agustín, quien dedicó mucho tiempo de su vida a defender el punto de vista de que las relaciones sexuales eran una “sombra en miniatura de la muerte”.
La confirmación de los vínculos ideales entre la madre y el hijo (en clara alusión a Cristo y a María) afectaba particularmente a una sociedad que ya no se consideraba una asamblea de ciudadanos, sino un conglomerado de familias devotas, compuestas de madres, padres e hijos cristianos.