miércoles, 17 de octubre de 2007

Película: “El sentido de la vida”

En “El sentido de la vida” vimos una disparatada escena escolar en la que se ve a los alumnos trabajando en silencio hasta que uno de ellos advierte la llegada del maestro y comienzan a arrojarse objetos, a gritar y molestarse entre sí para recibirlo. En el siguiente cuadro el profesor da una clase de educación sexual, pero a pesar de incluir sexo explícito, los alumnos se muestran aburridos. Ambas situaciones me hicieron reflexionar sobre la lógica resistencia a la que se refiere Merieu: “Es inevitable y saludable que alguien se resista a aquél que le quiere fabricar”[1]
Repensando los momentos cinematográficos descubro que más allá de la distribución espacial totalmente distinta en las dos aulas representadas en sendas películas, es perfectamente identificable la situación educativa por la actitud de los maestros. También en los docentes hay notables diferencias, pero ambos poseen esa característica forma de seguir el proceso, de corregir, verificando a cada paso que no haya desvíos en el recorrido elegido por ellos. “la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida social…” de la definición de Durkheim
Es evidente que lo más anacrónico de la institución escolar es la pretensión de control y dominio cada día más difícil de lograr. En contraposición a Kant: “se envía a los niños a la escuela… con la intención… de habituarles a permanecer tranquilos y a observar puntualmente lo que se les ordena…” encuentro la séptima exigencia de Merieu para una revolución copernicana en pedagogía: el hombre debe admitir su “no-poder sobre el otro”. Pero es imprescindible que le importe el otro y quiera a conciencia colaborar con la perfectibilidad de los nuevos.
Redefinir La Educación tal vez no sea necesario, pero la definición de Durkheim requiere actualización.
“¿No será necesario buscar a los artistas naturalmente dotados para seguir las huellas de la belleza y de la gracia con el fin de que nuestros jóvenes, como los habitantes de una comarca saludable, saquen provecho de todo y que de todas partes los efluvios de las obras hermosas acaricien sus ojos y sus oídos, a semejanza de la brisa de un clima benigno que les aporta la salud, y los induzca desde la infancia a imitar, amar y sentirse en perfecto acuerdo con la bella razón?”
Platón[2]
Sin duda queda algo común para transmitir a todos, aun cuando estamos[3] cada día más diferentes: “Lo esencial está en ser bueno con las gentes con quienes se vive” escribe Rousseau.
Fuera del “paisaje educativo” moderno, la escuela, la situación educativa seguirá necesitando maestros, No necesariamente adultos, pero siempre con una saludable distancia generacional que permita mayor riqueza cultural en uno de los miembros de la relación educativa.
Imagino un espacio ¿escolar? abierto como un lugar de reunión, sin tiempo de permanencia obligatorio, de acceso voluntario, donde sea fructífero equivocarse y donde quienes concurran quieran aprender lo que allí se les ofrezca: la selección. Esa información considerada esencial para vivir entre los otros humanos, nuestro “tesoro cultural”, estará disponible en la voz de los ancianos que quieran contar, en libros, en programas informáticos o vaya a saber que otra nueva tecnología[4].
Desde luego que no le cabe la metáfora de la máquina y bien podríamos pensar otra denominación, para despegarnos definitivamente de la naturalizada escuela.

Nora Rodríguez.

[1] Merieu (2003) Frankenstein educador.
[2] Platón. República. Libro III (401 c-d)
[3] Utilizo “estamos” con la intención de reflejar la exaltación de las diferencias de estos días. Que “somos” diferentes ya está reconocido, lo valioso hoy es la visibilidad de esa diferencia que hace posible el respeto y la consideración de sus intereses propios.
[4] Siguiendo el trabajo de Julio Moreno: Ser Humano.(2002)

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